Gracias a todos los que estuvieron compartiendo con nosotros la función del día Domingo 9 de Octubre, la sala estuvo llena, es un placer para nosotros.
¡Saludos y los esperamos todos los Domingos 19:30hs, Espacio URBANO, Acevedo 460!
En algunos años...
Texto escrito para mi querido amigo, Mauro Morgan. De alguna forma soy el vidente de su futuro.
JUAN HURTADO
En algunos años voy a vivir en buenos aires, estoy seguro de eso. Tendré un piso en plena Calle Corrientes, un gato y mi mujer. Quizá adopte un niño, quien sabe, pero eso sí, voy a vivir fumando puro toda la semana. Comidas, fiestas privadas, autos lujosos, dinero, si, mucho dinero. Me codearé con los más grandes escritores, seré espectador de todas las carreras de caballos del hipódromo de san isidro y para que no quede duda un palco llevará mi nombre, Mauro Morgan. Escribiré una novela, seré reconocido, quizá siga aún escribiendo poemas, en ese entonces quien sabe... nunca pisaré una iglesia, tampoco me excomulgaré nunca más en mi vida. Seré adepto a los libros de fantasía y viviré en las librerías de usados robando cada tanto algún que otro fascículo de cocina. Una vez a la semana sacaré a pasear el perro, si es que todavía no lo ha sacado mi empleada; iré a buscar al niño a la escuela –si es que ya lo he adoptado-. Cuando mi mujer sea mayor y se vuelva molesta, me mantendré en cautiverio la mayor parte de horas que sean posibles –dentro de lo que la ley del matrimonio lo permite-, no pienso pasarle dinero si se divorcia, solo ella puede querer divorciarse, yo siempre seré sereno y silencioso.
Ahora vivo en Rosario y no tengo nada, ni tiempo, solo un par de libros usados, una computadora que hace ruido y es una suerte de divinidad terrestre –que suplanta a Jesús cristo- y algunas que otras mujeres se hacen las coquetas y se marchan al menor indicio de compromiso, sin darse cuenta que jamás me comprometería con ellas.
Mi gran problema es la prosa, soy poeta, y los poetas tenemos compromisos con las palabras, a veces nos desviamos de la realidad para buscar alguna letra, entonces es imposible comprometernos con una mujer de tiempo completo. Mi caso es el caso de muchos hombres que viven el día con la billetera vacía y un atado de cigarrillos atascado en la garganta. Cómo pretender ser un buen amante no siendo prosista. Las mujeres no comprenden a un poeta, no lo entienden, siempre dicen «disculpame sos muy profundo» o «¡claro!, entiendo» y se van a sus casas y nunca más atienden el teléfono. Si aprendiésemos en la escuela a escribir poesía desde niños, todos podríamos entendernos, pero algunos hablan en prosa, otros en poesía, y la verdad que todavía no conozco quien tenga la prosa poética como lenguaje de dialogo; en fin, la vida es tan dura que estoy petrificado en Rosario, pero tan petrificado que me mandaron a la zona sur al barrio Las delicias para que me deleite con mi amargura.
¿Un deseo?, salir de este infierno.
En algunos años igualmente estaré caminando por Buenos Aires, seguramente que con mi mujer del brazo mientras ella carga con mi tarjeta de crédito, no importa, mientras me de los gustos, que la lleve ella.
Por el momento trabajo del ocio, me paso horas escribiendo poesía, charlo con amigos, leo libros usados que me llenan de piojos el cuarto y fumo como un desquiciado para quemar las horas; quizá llegue el día en que no pueda irme y tenga que quedarme atascado en la tierra –El fumar es perjudicial para la salud Ley Nº 23.344-, esperemos que eso no suceda.
No tengo padre –o al menos no en mi casa-, si tengo madre –mejor no hablar de ella-.
En algunos años quizá vaya a Buenos Aires, quizá, si consigo un trabajo y logro mantenerme en pie todavía, si publico un libro y salgo sorteado en la revista de cultura para la beca antorchas, quien sabe, todo es posible.
No sé bien si tendré una mujer en Buenos Aires, todavía tengo que ver con que mantenerme solo en la gran ciudad. Mi madre ya dijo que no me daría dinero, mi padre: bien, gracias, mis amigos les pregunte si me ayudaban y dejé de tenerlos, ahora solo me tengo a mi y a mi alma, algunos poemas con forma de tirabuzón para metérmelos en la oreja, una computadora que hace ruido y me desvela, un cigarrillo que compré suelto y las ganas de irme de Rosario, de este pueblito en la zona sur llamado Las delicias, que de delicias no tiene nada, la mejor mujer es la carnicera que mide 1,90m y pesa 240 kilos.
Tengo ganas de irme, ¿qué hago sólo con ganas?
Ya está decidido, no me voy a ir a ningún lado. Seguramente no tenga hijos porque costaría dinero mantenerlos, mi mujer va a ser parte de un imaginario de novela, de esa forma no va a pedir la cuota mensual de alimentos si toca el divorcio y no va a decir más que las palabras que yo quiero «¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo! Sin compromisos.». No me voy, está decidido.
Si no queda otro remedio voy a tener que venderle la casa a mi madre, para ese entonces ella ya va a estar muerta y solo quedará el rencor de su fantasma que juzgará mis actos malditos, papa no existe, sólo quedan los ratones que se ajustician con Gamexane.
¡No me voy!.
Si tengo deudas me suicido, si no las tengo las consigo.
Me voy a la plaza, estoy cansado.
Ahora vivo en Rosario y no tengo nada, ni tiempo, solo un par de libros usados, una computadora que hace ruido y es una suerte de divinidad terrestre –que suplanta a Jesús cristo- y algunas que otras mujeres se hacen las coquetas y se marchan al menor indicio de compromiso, sin darse cuenta que jamás me comprometería con ellas.
Mi gran problema es la prosa, soy poeta, y los poetas tenemos compromisos con las palabras, a veces nos desviamos de la realidad para buscar alguna letra, entonces es imposible comprometernos con una mujer de tiempo completo. Mi caso es el caso de muchos hombres que viven el día con la billetera vacía y un atado de cigarrillos atascado en la garganta. Cómo pretender ser un buen amante no siendo prosista. Las mujeres no comprenden a un poeta, no lo entienden, siempre dicen «disculpame sos muy profundo» o «¡claro!, entiendo» y se van a sus casas y nunca más atienden el teléfono. Si aprendiésemos en la escuela a escribir poesía desde niños, todos podríamos entendernos, pero algunos hablan en prosa, otros en poesía, y la verdad que todavía no conozco quien tenga la prosa poética como lenguaje de dialogo; en fin, la vida es tan dura que estoy petrificado en Rosario, pero tan petrificado que me mandaron a la zona sur al barrio Las delicias para que me deleite con mi amargura.
¿Un deseo?, salir de este infierno.
En algunos años igualmente estaré caminando por Buenos Aires, seguramente que con mi mujer del brazo mientras ella carga con mi tarjeta de crédito, no importa, mientras me de los gustos, que la lleve ella.
Por el momento trabajo del ocio, me paso horas escribiendo poesía, charlo con amigos, leo libros usados que me llenan de piojos el cuarto y fumo como un desquiciado para quemar las horas; quizá llegue el día en que no pueda irme y tenga que quedarme atascado en la tierra –El fumar es perjudicial para la salud Ley Nº 23.344-, esperemos que eso no suceda.
No tengo padre –o al menos no en mi casa-, si tengo madre –mejor no hablar de ella-.
En algunos años quizá vaya a Buenos Aires, quizá, si consigo un trabajo y logro mantenerme en pie todavía, si publico un libro y salgo sorteado en la revista de cultura para la beca antorchas, quien sabe, todo es posible.
No sé bien si tendré una mujer en Buenos Aires, todavía tengo que ver con que mantenerme solo en la gran ciudad. Mi madre ya dijo que no me daría dinero, mi padre: bien, gracias, mis amigos les pregunte si me ayudaban y dejé de tenerlos, ahora solo me tengo a mi y a mi alma, algunos poemas con forma de tirabuzón para metérmelos en la oreja, una computadora que hace ruido y me desvela, un cigarrillo que compré suelto y las ganas de irme de Rosario, de este pueblito en la zona sur llamado Las delicias, que de delicias no tiene nada, la mejor mujer es la carnicera que mide 1,90m y pesa 240 kilos.
Tengo ganas de irme, ¿qué hago sólo con ganas?
Ya está decidido, no me voy a ir a ningún lado. Seguramente no tenga hijos porque costaría dinero mantenerlos, mi mujer va a ser parte de un imaginario de novela, de esa forma no va a pedir la cuota mensual de alimentos si toca el divorcio y no va a decir más que las palabras que yo quiero «¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo! Sin compromisos.». No me voy, está decidido.
Si no queda otro remedio voy a tener que venderle la casa a mi madre, para ese entonces ella ya va a estar muerta y solo quedará el rencor de su fantasma que juzgará mis actos malditos, papa no existe, sólo quedan los ratones que se ajustician con Gamexane.
¡No me voy!.
Si tengo deudas me suicido, si no las tengo las consigo.
Me voy a la plaza, estoy cansado.
© Juan Hurtado
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Juan Hurtado
Y como siempre, desde que te empecé a escribir, estoy calcinando órganos en este cuerpo de pirotécnica; no te das una remota idea, lo que es viajar con la imagen de tu ausencia clavada en el calendario de mis ojos, y no poder llorarte porque te pierdo, y no poder reírte porque no, porque no puedo, y todo se vuelve absurdo y melancólico, y tengo miedo de volverme un romántico empedernido, que la gente me grite «¡loco!», y yo no sepa qué decir a esta ruta fantasmal, en la que veo la estela de una mujer, y es que vos no te dás idea lo que es viajar con la imagen de tu ausencia, clavada en el recuerdo constante de vos misma, porque sos la mujer que titila en el poniente de la noche, la que camina la ruta de mis pupilas allanando la sequedad de una lágrima en el historial prehistórico de mis lágrimas, y es por eso que camino desorientado, confundiéndote con cada una de las luces que interfieren en la noche, porque no es la noche la que interfiere apagando al universo, es el universo que asquea a la noche, con la luz artificial de una mujer que nos enreda, y yo soy parte de la noche, y me paro así sobre una estrella violácea, y le cuento a un amigo imaginario que te ví una vez, y tengo la suerte de tenerte y no tenerte, en la memoria volátil del que está y no está, en este mundo de realidad ficcionada, y grito fuerte cada letra de tu nombre, para escucharlo reproducido como el eco de un sueño, y se escucha a lo lejos, el murmullo de una sombra entre la bruma, apretando cada paso, rematando cada letra, abriendo una hendija en la noche, cavando un hueco, dejando filtrar un rayo blanquecino, el tul de un vestido que parece la aurora, y puedo ver al final de aquel pasadizo de luz abismal, el rostro de una mujer que es igual al tuyo, y le pregunto el nombre y no sabe qué decir, y le digo que se vaya y ya no puede.
© Juan Hurtado
© Juan Hurtado
Tiende la mano,
busca la ciega figura,
aquel viejo amor
en el bosque de sus recuerdos,
y solo encuentra el aroma
de aquella mujer
que alguna vez beso,
una noche como esa.
© Juan Hurtado
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Juan Hurtado
El resonar reticente de un reloj,
una mujer duerme,
un hombre escribe,
la sombra,
un segundo antes de él,
un sueño antes de ella
anterior a su sombra.
© Juan Hurtado
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Juan Hurtado
Clava su sombra,
una forma rompiente
entre las sombras,
un diminuto golpe de suerte
derrama la luna
que espera
detrás de la ventana.
© Juan Hurtado
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Creo en la luz,
en aquella inocente luz
reflejada en el muro
que se parece a una monja
y es un rayo intermitente
centellando en la ventana,
y a lo lejos una voz
reclama,
desde aquel vértice apagado
donde cae la luna,
y ya no hay más
que el frío silencio en la piel,
la caricia de una voz
que no dice nada.
© Juan Hurtado
en aquella inocente luz
reflejada en el muro
que se parece a una monja
y es un rayo intermitente
centellando en la ventana,
y a lo lejos una voz
reclama,
desde aquel vértice apagado
donde cae la luna,
y ya no hay más
que el frío silencio en la piel,
la caricia de una voz
que no dice nada.
© Juan Hurtado
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